Dudando de tu presencia y, pensando en alguna ausencia me acerqué, lejos del silencio que me atravesaba, cercana a la bulla de mi personaje y toda la adrenalina que corría por mi cuerpo. De esta manera te hacía más presente, tan presente, que desde ese momento te hiciste un espacio en mi cabeza, del cual no puedo (y pareciera que tampoco quiero) sacarte.
¿Por qué te sentaste ahí, solo, al final? Por mí, sin dudas, y debería hacerme cargo de eso. Pero dudo, porque al dudarte, evito expectativas que siento más reales de lo que podría imaginar.
Te pienso y te me venís a la mente en diversas formas y situaciones. En todas compartimos tiempo y espacio, resonando un nosotros. Se me eriza la piel y se me cierra el estómago.
Podría compartir con vos miles cosas que acumulé con los años de cruzarnos y que, dado el tiempo de maceración, al salir podrían asustar. A mí me asustan, me asusta verte ahí, pensarte acá. Me asusta que nunca vayan a irse, pero tampoco la solución es la migración, poner los pensamientos en otro. Esto es así. Está acá. Es real. Tan real como tu compañera y tan real como mi soledad. Pero cuanto de esta realidad que, en lo cotidiano nos abruma y nos aplasta, nos llevó a cruzarnos, para asimilar y endulzar el día a día.
Hoy, entre una de las tantas veces que te pensé fue en la mañana. Me desperté y sentí el vacío de mi lado derecho. Te imaginé completándolo y te acompañaba entrelazando mis piernas con las tuyas, mientras mi cabeza descansaba en tu pecho contando los latidos de tu corazón, pensando por quién bombeaba esa sangre.
Solo te sentiría, guardaría el sentido de la vista para más adelante. Me limitaría a sentir, a dejar que mi piel se invada con tu calor y atesorar la situación que acontece en cada milímetro de esa cama, que quedaría vacía en tan sólo un instante, con tu rápida partida.
Podría llenar muchas más hojas pensando en vos, que haríamos, que te diría, lo que compartiríamos en otra realidad, en otro tiempo. Cómo te invitaría a dejar todo de lado y vérnosla cara a cara con un cuaderno vacío, con un viaje abierto, con una cámara sin fotos, armando nuestros propios recuerdos, que hablarían más de nosotros como individuos que de nosotros como complementos.
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