Perdida en la realidad

Una niña perdida en las calles del Parque Chas, ese que en algún punto de la historia don Vicente Chas pensó como un barrio singular, con las miras puestas simplemente en su rédito económico. La niña lejos de asustarse recordó las palabras de su abuela “las calles salvadoras son dos y con nombres de personas las recordaras Victorica y Gandara, el resto son ciudades de Europa y a vueltas te van a llevar a dar”.


Intentando silbar bajito (cosa que de niña nunca pudo, pero de grande logro con acotado éxito) siguió su camino jugando al equilibrio en los cordones de la vereda (cosa que de adulta le cuesta abandonar). Ahí se encontró con aquella plaza que recordaba bien, tanto del derecho como del revés.  Si, del revés al colgarse del pasa-manos… donde se mantenía hasta que la sangre parecía al límite de explotarle la cabeza. El camino era el correcto y, esquivando las tentaciones de los pirulines y los copos de azúcar, iba a asumir el primer gran paso para su adultez, cruzar la calle sola. Miro a su derecha (o ¿era su izquierda? Este mal la sigue aquejando aunque pasen los años), miro al otro lado y junto con el silencio sepulcral no divisó automóviles, por lo que se lanzó al cruce cual soldado que acompaño a San Martín en Los Andes.


El cartel azul rezaba “Victorica”, con la alegría manifestada en una sonrisa contó 73 baldosas de rayitas (que odia tanto transitar con su bicicleta verde, su color favorito) y corrió hasta la esquina donde vio a sus amigos del barrio (que incluían a su hermano y un amigo/hermano), esperándola para jugar al delegado, aunque supieran claramente que los deportes no eran su fuerte.


A veces, las historias mezclan realidad con ficción. A veces, son más reales de lo que creemos.

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