Tres dedos

 
Era una de esas tardes típicas de diciembre. Las clases ya habían terminado y en ese momento eramos dueños de todo. Los mayores aletargados por las tareas diarias descansaban, soñando lo que nosotros vivíamos.
Juan, Ignacio, Martín y Pedro, jugaban al fútbol como preparándose para el Mundial. Yo era la única mujer del grupo. No tenía muy claro si por elección o por selección. ¿Mi tarea? Alcanza-pelotas y gritona de autos.
Juan, mi hermano, que se creía pariente de Maradona, decidió pegarle de tres dedos y, como era de esperar, la pulpo decidió descansar en el patio de Garrone... ¿Te acordás...? Garrone... En ese momento sentí todas las miradas sobre mi, pero el pacto era que a lo de Garrone yo no iba. Estaba totalmente negada. Hasta que se me acercó Martín. El corazón me empezó a latir de tal manera que me tape la boca para que no se me escape. Me miró fijo y me dijo bajito al oído: “¿Vas vos?”. Nunca voy a olvidar de ese momento. Respiré profundo, me tomé de los barrotes calientes por el sol y salté la reja, con un poco de su ayuda. Atravesé las plantas con un cuidado extremo, para evitar cualquier sonido y/o rastro de mi estancia en ese lugar. Llegué hasta la pelota, la tomé delicadamente y cuando me doy vuelta sus ojos negros estaban fijos en mi. En ese momento pensé en correr, pero... ¿a dónde? Ya era tarde... Entonces, recordé las sabias palabras de mi abuela y al grito de: “¡San Roque, San Roque que este perro no me mire, ni me toque”!, hice un salto digno de los Juegos Olímpicos para llegar a la vereda, donde no había nadie. Había empezado Titanes en el Ring.

No hay comentarios.: