Sola


Sus pasos llenaron de sombras mi existencia como si su ausencia, ya pasada, hubiera regado con luz esos días en que no dejaba de extrañarlo.



Verlo acercarse sigiloso, como dispuesto a devorar a su presa, aceleraba los latidos de mi corazón como una respuesta indeseada que no podía controlar. No podía levantar mi cabeza, prefería estudiar ese boleto de subte que flotaba en el suelo. La sola idea de facilitar el contacto visual alteraba mi dermis asoleada de un verano demasiado largo. El boleto me abandonó y fue ahí, cuando decidí enfrentar mis miedos. En realidad, tampoco tenía otra alternativa.


Sus pasos lo habían acercado demasiado, lo suficiente para oler su perfume favorito (que respetando las causalidades de esta vida, también lo era para mí). Él no dejaba nada librado al azar, sabía que esa fragancia me iba a dificultar aún más una negativa a su propuesta, indecente para mí, decente quizás para el resto de la humanidad.


Levanté mi mirada y fijé mi vista en sus pupilas aún dilatadas por el sol que regaba las calles de Buenos Aires. Se sentó y sin dirigirme la palabra le pidió al mesero un café vienés. Yo bajé mi cabeza, huyendo a su mirada, y continué dando pequeños sorbos a aquel licuado que ya había tomado la temperatura del ambiente.


Pasaron varios minutos hasta que el mozo trajo el pedido. Ese espacio fue cubierto por un denso silencio. Recibió su café y aprovechando mi distracción tomó mi mano derecha, para dar comienzo a su monólogo o a mi réquiem.


“Sabía que no ibas a llamar, pero imaginé que de esta cita particular no te ibas a ausentar. Vos sos así: lo complicas todo a la distancia, lo facilitas todo en la cercanía. Por mi parte, sabrás que no te voy a mentir, si te atreves a mirarme a los ojos. Yo sé lo que vos sentís. Se que te duele, pero no comprendo tu dolor. Estás más presente en tus ausencias, sos como la nostalgia de aquellas cosas que extrañamos pero sin embargo, no queremos repetir. Se que la ausencia en tu propia presencia es tu forma de evitar enamorarte. Se que estás enamorada, tu mano sudada me lo dice, el latir exasperado de tu corazón que parece salir de tu pecho me lo reafirma. Por eso sostener tu mirada en mis ojos es un sacrificio que tratas de evitar. Tenés terror de que te lea. Bueno, quiero informarte que es demasiado tarde. Como una receta conozco al pie de la letra cada una de tus jugadas. Esta vez no te vas a poder escapar.”


En ese instante, algunas lágrimas desbordaron mis ojos sin contención alguna. Esa fue la reacción que regaló mi cuerpo. Ofreciéndome una servilleta de papel para secarme, prosiguió:


“Te esperé todo lo que pude. Te busqué. Vos, con las fuerzas que extrajiste de la fuente de la cobardía, huiste. Te pregunto: ¿a que jugás con tu realidad? ¿te sentís indestructible así? No voy a decir que me perdiste. Voy a decir que me encontraste. Encontraste mi ausencia, un espacio entre tus miedos y mi corazón que no pudiste llenar, o que no quisiste enfrentar. Encontraste tu soledad, un vacío del que te quejás a diario y sin el cual no podrías vivir. Siento pena, no sólo por lo que yo me perdí más que nada por lo que vos te estas perdiendo por tu incapacidad de amar”


Dio el ultimo sorbo al café, revisó sus bolsillos, dejó un billete. Me miró fijamente a los ojos, beso suavemente mis labios y se retiró del bar.


Quedé sola en la mesa de aquel bar. Estoy sola lamentando aquella partida.

1 comentario:

Todo Verde dijo...

Es tremendamente hermoso, y elocuente.