Cuando las miradas se cruzan se mezclan sentimientos. Se entrelazan vidas para quizás marcarlas de manera imborrable, para siempre.
Aquel día había terminado. Al menos eso parecía. Sin embargo, no era un regreso más a su casa. El paro de colectivos la obligó a buscar un pasaje alternativo, y cómo esas veces en las cuales todo se conjuga contra nosotros, al frío de la noche típico de una noche porteña de Julio, se le unió una suave y fina llovizna.
La espera en la estación fue poco luminosa. Se puso a leer el libro que la acompañaba hace días y que ya la había visto llorar en varias oportunidades. Iba a pasar por la página 96 cuando levantó su vista para divisar la hora en el gran reloj de la estación. 23:32. “Capicúa” pensó. Luego bajó su mirada para continuar con la lectura pero un pequeño escalofrío corrió por cada una de las células que componen su piel. Alguien clavó su mirada en ella, pero al buscar no pudo encontrar al dueño de tal estrépito.
Volvió los ojos a su lectura, como olvidando tal sensación. 23:37. Llegó el tren. Al subir se ubicó cerca de la ventana, donde se le permitiría ver las luces de la ciudad que complementaban perfectamente a la lectura. Cuando volvió a abrir su libro (página 98) nuevamente tuvo esa sensación en la espalda, ese cosquilleo que surge desde la nuca y termina cuando uno sacude bruscamente su cuerpo. Pero a diferencia de la otra vez, en este caso pudo identificar claramente al dueño de esa mirada, lo cual le generó un gran remolino interno. Fijó su mirada en él y se dio cuenta que esos ojos claros le resultaban conocidos, no eran anónimos, sin embargo no pudo recordar su origen. Buscó en su memoria, entre los recuerdos gratos y entre aquellos que la marcaron con dolor dejando cicatrices. La encontró y, aunque hubiera preferido ignorarla como tratando de cuidar su corazón evitándole futuros y mayores desengaños, parecía estar muy vigente entre sus recuerdos.
La recordó de aquel verano en que ella se refugió en el mar. Esos ojos azules se asemejaban a aquellas olas que mojaron alguna vez sus pies o simplemente el sonido de aquella brisa que despeinaba sus rulos enredados.
Le resultó extraño volverlo a encontrar tanto tiempo después y en un lugar tan alejado. Las circunstancias habían cambiado, ella no seguía siendo esa soñadora en busca del amor eterno. Sus ojos destilaban cierta tristeza por tantos desengaños, pero esperaba que él no pudiera leerlas. Ella había utilizado esos años para acorazarse, para sobrellevar tantas decepciones no pudiendo tolerar ni una más. Sentía que otra nueva desilusión pudiera llevarla al ocaso.
En cambio, sus ojos azules seguían igual de brillantes. Ella podía leerlo como a su propio libro. El era el mismo idealista y mantenía esa necesidad de cambio constante, para no aburrirse. Tenía esa profundidad contemplativa típica de los artistas que otorgaba a su mirada ese brillo tan especial que lo hacía inolvidable.
Una vez inventariados todos estos detalles, se percató que nuevamente estos ojos le estaban generando escalofríos. De manera inconsciente mantuvo fija su negra mirada en la profundidad azul como cuando la noche cae sobre el mar dando lugar a un cielo infinitamente estrellado.
Automáticamente se trasladó a ese lugar. El poder de esa mirada la transportó hasta ese lugar y ese momento donde el tiempo parecía haberse detenido donde la vida se desarrollaba en un espacio paralelo a la realidad.
00.14. El tren arribó a la estación donde ella debía bajar. Acaso esta era la segunda despedida? Qué estaría pasando por la cabeza de él? Ese fue el detalle que le faltó conocer que hubiera modificado el curso de su propia historia y probablemente también la de él.
00.16. Bajó del tren y caminó una cuadra, cuando nuevamente sintió ese escalofrío pero, cegando a la realidad, lo atribuyó al frío y a la fina lluvia sin atender a ese llamado a sus ojos negros que le estaban realizando unos pasos más atrás los ojos azules. Fue el frío o fue el miedo que no le permitieron darse vuelta en búsqueda de los mismos?
00.21. Abrió la puerta, decidió no cenar y se fue a bañar. Una vez ya finalizada la ducha se alisto para descansar. Se puso su remera grande en reemplazo de un fino pijama, preparó la bolsa de agua caliente (que sostenía era necesaria de utilizar hasta pronto no tuviera alguien que pudiera calentar sus pies con algo más que un poco de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno) y entró a su cama, como un aposento, con la pesadez propia de un velorio en vida.
01.07. Cerró sus ojos. Nuevamente el escalofrío en su espalda. Abrió los ojos. Esta vez la vista al mar era clara y estrellada, espectacular.
1 comentario:
Yo miro los espacios que vos miras. Esperemos vernos y mirarnos en días próximos. Y para cuando el texto a dúo. Yo como siempre, cuando quieras...
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