Bailando una milonga suburbana

Estalló el verano, gritaba la pantalla roja. Los 40ºC a la sombra no eran broma. Parece que esta vez la tele tenía razón había estallado el verano contra mí, contra cada célula viva de mi ser. Sin embargo, no iba a dejar pasar esta oportunidad. Por eso me enfrenté al mismo, armada tan sólo con una musculosa, unas ojotas y mi pelo recogido.
Hacía mucho tiempo que había planeado este encuentro. Sin embargo, mi mente parecía tener ganas de retenerme, buscando cuidarme de algo. Ante las tretas que me juega constantemente mi mente, me negué a hacerle caso y me preparé para salir.
El asiento del subte parecía mantener el calor, y esa persona enfrente mío parecía no estar pasándola bien tampoco. Miraba el celular cómo esperando un llamado o quizás evitándolo. Me inclino por la segunda opción. De repente, su cara se transformó. Imagino que el mismo vibró. Atendió, sonrió y cerró su tapita.
Por mi parte, yo esperaba que esta situación se repitiera en el mío, cuando siento un escalofrío, típico cuando alguien me clava la mirada. Es un sentimiento que voy descubriendo ahora de grande. Por ello, levanté mi mirada tras los vidrios de mis lentes cuadrados y busqué al dueño de esa mirada. Para mi sorpresa, era justamente aquel enfrente mío. Sonreí, claro pero eso recién cuando bajé la cabeza. Si, soy vergonzosa. Creo que nunca estuve tan ansiosa, quería que todo se cancelara. Miré fijo, tan fijo al celular que me asusté cuando sonó. Del otro lado me decían: “¿Cuántas veces soñaste con esta escena? No me esperes más. Me cansé de estas idas y vueltas. Parece que tu indecisión esta vez te jugó una mala pasada. Ya no estoy más acá. Ni me busques allá. Ya no estoy.” Y sin dejarme emitir siquiera un maldito sonido colgó. Yo quería decirle simplemente, “Tenés razón. Perdoname”. Palabras que jamás me oyó decir.
Al fin, mis planes se habían cancelado. Mi viaje se había convertido en lo que debería considerar la vida, un mero viaje y no un destino. No sé como habría cambiado mi cara, pero mi compañero de viaje ubicado al frente me sonrió, cómplice de mi tristeza.
Si bien esto era lo que yo quería, no podría describir la sensación de vacío. Quizás no era realmente lo que quería, pero ahora tengo que respetar su decisión. Todas estas ideas no frenaban en mi cabeza, tenía un mambo sentimental. Quería llorar, quería reír. Mezclada la libertad con la opresión, la felicidad y la tristeza parecían bailar un tango en mi cabeza. Al ritmo del 2x4, bailando una milonga suburbana.

1 comentario:

Pipi dijo...

Que bello. Por un momento crei que tranquilamente podria ser nuestra historia, yo ya creo que no seria timida conmigo y si lo es yo también lo soy, hacemos parda.