Quien sabe, Miguel



Era lunes, y como se aproximaban las fechas de los finales Miguel no quiso desperdiciar ni un segundo de tiempo para avanzar con Sociología, Durkheim y Weber parecían no perderle pisada y necesitaba concentración. Por ello aprovechó, guardó todos sus apuntes y se dirigió hacia aquel bar, cercano a la estación de subte, así en cuanto llegara el mediodía partiría para su trabajo.
Pidió un café y 3 medialunas de grasa, las “finitas” como el solía llamarlas ante su constante confusión con las de manteca. Se dispuso a comenzar por Durkheim, lo más difícil primero. Su jornada de estudio estaba tan organizada como su vida. Trabajo, estudio y fútbol con amigos. Ese era su esquema semanal. Pero este lunes iba a ser distinto.
Comenzó por “Las Reglas del Método Sociológico”, se tentó con sólo leer las conclusiones, pero como eso significaría por en riesgo aprobar la materia inició por el principio, como correspondía. Cuando levantó su mirada y tomó un trago de ese café espeso, oscuro y amargo como sentía que se estaba transformando su vida la vio pasar. Su pelo marrón y sus ojos grises que acompañaban al cielo en esa mañana nublada. Sostuvo su mirada y encontró una respuesta inesperada, la chica mantuvo esos ojos en él, en ese joven que tomaba café y estudiaba sociología en la mañana.
Recordó su mochila violeta, y siguió con lo que le correspondía, Durkeim. Pero sin embargo no pudo. Sintió algo que nunca había sentido antes, un impulso lo obligo a levantarse de esa silla pagar la cuenta y buscarla. Pero, a dónde se dirigía? La respuesta para Miguel era muy fácil. En ese horario la gente se amontona en la entrada del subte, como si regalaran algo, sin darse cuenta que el tiempo pasa y poco a poco, subte a subte fueron cediendo parte de su libertad.
Guardó sus apuntes y se dirigió a la estación Los Incas. Bajó uno a uno los escalones, y al llegar al primer descanso pensó... Que estoy haciendo? Persiguiendo a alguien que ni siquiera conozco? Pero yo la conozco.... por lo que siguió bajando, esta vez con mayor rapidez.
En ese momento recordó que el viernes había terminado la última tarjeta de viaje... Debía comprar. Hizo un alto en la ventanilla, y cuando menciono alto, digo un alto de importancia, porque pareciera que los días lunes nadie tiene tarjeta para viajar.
Fue justamente esta demora la que lo llevo a apresurarse a bajar las segundas escaleras, cuando escucho la chicharra del tren, anunciando su partida. Se apresuró pero al bajar el ultimo peldaño su búsqueda se esfumó, con el cierre de la puerta. Ella lo notó a él ahí parado. Le habrá importado? Miró su reloj. Las 8.45. Tenía que estudiar, ir a trabajar y por último, rendir el examen final que tanto lo había desvelado. Dudo seriamente ir al trabajo, sin embargo, ganó su costado conservador y volvió al bar hasta el mediodía.
Luego del trabajo, se dispuso a ir a la facultad. Espero la línea B, en vano. Los días de tormentas los subtes parecen enloquecer y ninguno funciona, justo cuando uno más los necesita. Entonces decidió tomar el colectivo, luego de deliberar entre el 140 y 111, optó por el segundo. Se acercó a la parada, allí pudo ver una mochila violeta, y aunque el quiera e insista en negarlo su corazón se aceleró, se acercó pero en el momento de hablar, su espíritu tímido y misantrópico lo llevó a dudar tras un puesto de diarios. Sólo pasaron un par de minutos que bastaron para el colectivo pasara y la chica de ojos grises se fuera.
Miguel resignado, como pasaba cada uno de sus días, se dirigió a la facultad y rindió su examen final, el cual aprobó con una excelente nota como era costumbre. Al salir, la noche se había tornado lluviosa, pero con ese tipo de llovizna que es una invitación para caminar bajo la misma.
Ya, por suerte, el servicio de subtes se había normalizado. Tomó el subte C, bajó en la estación Olleros, caminó dos cuadras por Federico Lacroze y allí toco el timbre: 5°D. Ella abrió la puerta, lo abrazó y felicitó por este nuevo paso, que lo acercaba cada vez más a un titulo universitario. Miguel la abrazó y la besó. Sin embargo, no pudo olvidar a aquellos ojos grises.
En parte su interior que había quedado vacío sin esa mirada, desperdiciando una oportunidad, o temiendo enfrentar la realidad y volviendo a asumir su vida tal como está. Todo por miedo a cambiar.

Digo Miguel... o digo mi nombre?

Foto: Tony Marciante

1 comentario:

Mireya dijo...

Exelente Alicia!! muy bueno!!